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Todos deben habitar el cargo. De una vez por todas. Por Ignacio Imas

Por Ignacio Imas, gerente asuntos públicos Imaginacción

Ex-ante / Columna de opinión

 27 de noviembre 2022

Habitar el cargo, entendiendo que se ejerce un rol de Estado, no es algo privativo para Gabriel Boric Font sino que para cualquier persona que es tomadora de decisiones públicas. Este último tiempo hemos visto -de forma penosa- como nuestra clase política se aleja de normas mínimas de convivencia, y que esperaríamos incluso de un grupo de infantes.


En varias ocasiones el Presidente Boric ha usado el concepto “habitar el cargo” con el objetivo de explicar el tránsito que ha tenido hacia posiciones más moderadas, y que lo diferencian de su pasado como congresista. Es importante señalar que esto le ha traído más de una crítica, fundamentalmente desde la oposición, pero ha sido una estrategia hasta ahora exitosa.


Sin embargo, habitar el cargo, entendiendo que se ejerce un rol de Estado, no es algo privativo para Gabriel Boric Font sino que para cualquier persona que es un tomadora de decisiones públicas.


Este último tiempo hemos visto -de forma penosa- como nuestra clase política se aleja de normas mínimas de convivencia, y que esperaríamos incluso de un grupo de infantes. La guitarra del senador Chahuán, en un contexto inadecuado; el comportamiento de diputados en elección de la Mesa; los gritos desmesurados del diputado Alinco mientras un par hacía su discurso de asunción; los alaridos durante la votación de la Ley de Presupuesto; el anuncio de censura a 13 presidencias de Comisiones; la pelota de fútbol del diputado Lagomarsino son sólo algunos ejemplos de lo que ha ocurrido en sólo 10 días.


Una situación que ya no puede ser sólo explicada bajo la variable técnico electoral, pues resulta estrecho dar razón de esto diciendo que se circunscribe a tener un sistema electoral proporcional mezclado con bajar barreras de entrada para formar partidos políticos, considerando que estos comportamientos son transversales.
Es posible que debamos recurrir a viejas teorías sociológicas, que mezcladas con lo electoral den algunas luces; al final la política es una actividad ejercida por seres humanos de carne y hueso tentados a vicios.


Es un hecho que la tecnología ha hecho su aporte para acortar las brechas entre las autoridades y los gobernados, mejorando los mecanismos de accountability como herramienta para que las personas ejerzan su potestad de pedir cuentas. Sin embargo, rápidamente también acarrea grandes problemas cuando todo se vuelve imagen, video, cuñas, porque está asociado a formas poco reflexivas y reposadas de ejercer la acción pública.


Cuanto la dinámica de la inmediatez y el quién dice la frase más brutal o realiza el acto más llamativo se lleva el protagonismo, pierde la esencia de la política que no es más ni menos que el diálogo y los acuerdos.


Es sencillo traer a colación a Max Weber quien ya en el Siglo XIX decía que aunque el poder es inherente a la política el peor pecado en el que puede caer es la búsqueda de este de una forma vacía y cito: “Por esto el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad…”.


Este cortoplacismo que se nos está haciendo cada vez más cotidiano, por supuesto que no nos saldrá gratis. Este comportamiento que es de algunos, nos llevará a una cuenta bastante cara que pagaremos todos, cuando las mayorías se agoten de esto y opten por outsiders que tengan dulces discursos para el oído; algo que por cierto ya está ocurriendo. Por lo tanto, habitar el cargo ya no puede ser una solicitud o un concepto acuñado al o por el presidente, sino también de otros tantos más.

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