Soberbia, miedo y nostalgia
Por Ignacio Imas, gerente asuntos públicos Imaginaccion
La Segunda / Columna de opinión
23 de septiembre 2024
Chile, por años, se vio a sí mismo como un símbolo de estabilidad y éxito. Esta autocomplacencia nos hizo creer que habíamos alcanzado una madurez política y económica superior al resto de la región. Nos reinaba una pulsión de soberbia. Nos creíamos intocables y mirábamos el barrio —América Latina— con cierto desdén. Pero, de forma subyacente, preferíamos ignorar la germinación de importantes desigualdades no abordadas. La crisis social y política de 2019 rompió ese espejismo. Lo que parecía un oasis de progreso ocultaba profundas grietas. Nuestra clase política, cada vez más desconectada de la realidad, evadió las respuestas de fondo. La institucionalidad falló y continúa haciéndolo en dar respuestas.
Cuando las instituciones fallan, como lo estamos viendo, surge un vacío que fácilmente es ocupado por el miedo. Ese miedo, ahora, se manifiesta en nuestra relación con la inmigración. Los migrantes, en lugar de ser vistos como una oportunidad para enriquecer la sociedad, son percibidos como amenazas: al empleo, a la seguridad y a la identidad. Este temor no es irracional, pero sí está siendo manipulado. Hemos caído en la trampa de culpar al otro, al diferente, en lugar de cuestionar un sistema que nos ha dejado desprotegidos. Tal vez ha sido el miedo el único sentimiento que la élite ha sabido capitalizar, ofreciendo respuestas simples a problemas complejos.
El problema no es solo el miedo, sino la nostalgia que lo acompaña. La nostalgia por un pasado idealizado es un recurso poderoso: una ilusión peligrosa que obstaculiza el progreso, creando la falsa expectativa de que podemos regresar a un tiempo que, en realidad, nunca fue tan perfecto como lo recordamos. Las élites alimentan esta visión, ofreciendo soluciones que prometen restaurar un Chile de 'orden y estabilidad'. Este relato es peligroso. La nostalgia nos estanca, nos hace creer que la solución es volver a un modelo que, en realidad, fue el germen de nuestras crisis actuales.
Chile no necesita revivir su pasado. Necesita construir un futuro donde las instituciones respondan a las necesidades reales de las personas. Estamos en un punto crítico: debemos superar la soberbia del pasado, el miedo al presente y la nostalgia de lo que nunca fue. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en un ciclo de regresión y frustración.